martes, 26 de enero de 2016

El sindicalismo revolucionario





Me he preguntado con frecuencia si no debía insistir en las cuestiones que había tratado, de una manera demasiado breve o demasiado superficial, en el Porvenir socialista de los Sindicatos -aprovechándome de las experiencias ocurridas desde 1897 y de los conocimientos más extensos que he adquirido de los principios del socialismo, -para dar una exposición más clara, metódica y profunda del movimiento sindical. Siempre me ha detenido la extraordinaria amplitud de los problemas que se me presentaban, cuando me ponía a reflexionar sobre estas cosas; por otra parte, estos últimos años han sido singularmente ricos en hechos imprevistos, que han venido a hacer vanas las síntesis que parecían mejor establecidas.Cuando se cree haber hallado un sistema que abarca convenientemente las comprobaciones que se juzgan más importantes, un estudio más detallado o un incidente fuerzan a abandonar todo.

No estamos aquí en presencia de fenómenos pertenecientes a géneros clásicos, de fenómenos que todo trabajador serio pueda vanagloriarse de poder observar correctamente, definir con exactitud, explicar de manera satisfactoria, utilizando principios aceptados en la ciencia. Los principios faltan aquí en absoluto; es, por lo tanto, imposible llegar a describir con precisión y claridad; a veces, hasta hay que temer un excesivo rigor de lenguaje, porque estaría en contradicción con el carácter fluente de la realidad y ese lenguaje engañaría. Debe procederse por tanteos, probar hipótesis verosímiles y parciales, contentarse con aproximaciones provisionales, para dejar siempre la puerta abierta a correcciones progresivas.

Esta impotencia relativa debe parecer muy despreciable a los grandes señores de la sociología, que fabrican, sin el menor cansancio, vastas síntesis que abarcan una seudohistoria del pasado y un futuro quimérico; pero el socialismo es más modesto que la sociología.

Mi folleto es uno de estos tanteos. Cuando lo escribí, en 1897, estaba muy lejos de saber todo lo que sé hoy; por lo demás, me proponía un fin bastante restringido: llamar la atención de los socialistas sobre el gran papel que podían estar llamados a desempeñar los sindicatos en el mundo moderno. Veía que había muchos prejuicios contra el movimiento sindical y creía que este estudio contribuiría a disipar algunos; para conseguir mi fin, debía tocar muchas cuestiones más que profundizar ninguna.

En aquella época, la idea de la huelga general era odiosa para la mayor parte de los jefes socialistas franceses, y yo creí prudente suprimir un capítulo que había consagrado a mostrar la importancia de esta concepción. Desde entonces, han ocurrido grandes cambios: en 1900, cuando reedité mi artículo, la huelga general ya no era considerada como una simple insania anarquista; hoy es sostenida por el grupo del Mouvement Socialiste. Más de una vez, Jaurés ha dado a entender que era partidario de este modo de concebir la revolución (1); esto ha sucedido cuando ha necesitado el apoyo de los sindicalistas, pero luego ha rechazado esa utopía, que no conviene a los ricos accionistas de su periódico, a los dreyfusistas de la Bolsa ni a las condesas socialistas. Lo que debe atraer nuestra atención es que Lagardelle y Berth, a quienes nadie, en el mundo socialista, gana en talento, en saber y en abnegación, han llegado, mediante la observación y la reflexión, a defender la huelga general; gracias a esto, se han convertido en Francia en los representantes más autorizados del sindicalismo revolucionario.

Quizá no está lejano el momento en que no se encuentre mejor medio de definir el socialismo que por la huelga general; entonces se verá claramente que todo estudio socialista debe hacerse sobre las direcciones y cualidades del movimiento sindical.

En la tesis de la huelga general hay que señalar tres propiedades importantes:

En primer lugar, expresa de un modo infinitamente claro, que el tiempo de las revoluciones políticas ha terminado, y que el proletariado se niega a dejar constituir nuevas jerarquías. Esta fórmula no sabe nada de los derechos del hombre, de la justicia absoluta, de las constituciones políticas y de los parlamentos; no niega pura y simplemente el gobierno de la burguesía capitalista, sino también toda jerarquía más o menos análoga a la burguesía. Los partidarios de la huelga general aspiran a hacer desaparecer todo lo que había preocupado a los antiguos liberales: la elocuencia de los tribunos, el manejo de la opinión pública, las combinaciones de partidos políticos. Esto sería, desde luego, el mundo al revés; pero ¿no ha afirmado el socialismo que quería crear una sociedad enteramente nueva? Más de un escritor socialista, demasiado alimentado por las tradiciones de la burguesía, no llega, sin embargo, a comprender tal locura anarquista; se pregunta lo que podría venir después de la huelga general: sólo sería posible una sociedad organizada conforme al plan mismo de la producción, es decir, la verdadera sociedad socialista.

Kautsky afirma que el capitalismo no puede ser abolido fragmentariamente y que el socialismo no puede realizarse por etapas. Esta tesis es ininteligible cuando se practica el socialismo parlamentario: cuando un partido entra en una asamblea de deliberación, es con la esperanza de obtener concesiones de sus adversarios; y la experiencia muestra que, en efecto, las obtiene. Toda política electoral es evolucionista, aun admitiendo que muchas veces no obliga a transigir sobre el principio de la lucha de clases. La huelga general es una manera de expresar la tesis de Kautsky de un modo concreto; hasta ahora, no se ha dado ninguna fórmula que pueda llenar el mismo oficio.

La huelga general no ha nacido de reflexiones profundas sobre la filosofía de la historia; ha surgido de la práctica. Las huelgas no serían más que incidentes económicos de una importancia social mínima, si los revolucionarios no interviniesen para cambiar su carácter y convertirlas en episodios de la lucha social. Toda huelga, por local que sea, es una escaramuza en la gran batalla que se llama la huelga general. Las asociaciones de ideas son aquí tan simples que basta indicárselas a los obreros en huelga para hacer de ellos socialistas. Mantener la idea de guerra, hoy que tantos esfuerzos se hacen para oponer al socialismo la paz social, parece más necesario que nunca.

Los escritores burgueses, acostumbrados a catalogar las escuelas filosóficas y religiosas por medio de algunas fórmulas breves, conceden una importancia mayor a los axiomas que se leen a la cabeza de los programas socialistas. Con frecuencia han pensado que, criticando estas oscuras declaraciones y demostrando que están vacías de sentido reducirían el socialismo a la nada. La experiencia ha mostrado que tal método no conduce a nada y que el socialismo es independiente de los supuestos principios defendidos por sus teóricos oficiales. Yo compararía a éstos con los teólogos. Un sabio católico, Eduard Le Roy, se pregunta si los dogmas de su religión suministran algún conocimiento positivo sobre algo (2); promulgados para condenar determinadas herejías, parece que se habría conseguido mucha más claridad si se hubiesen limitado a simples negaciones. Los Congresos socialistas, asimismo, harían bien en decir que rechazan ciertas tendencias que se manifiestan en los partidos; si adoptan otro sistema, es porque sus axiomas son de tal modo vagos que puede aceptarlos todo el mundo.

Se afirma con frecuencia que es menester organizar al proletariado en el terreno político y económico para conquistar el poder, con objeto de reemplazar la sociedad capitalista por una sociedad comunista o colectivista, He aquí una fórmula magnífica y misteriosa que puede entenderse de muchas maneras; pero la más sencilla de todas las interpretaciones es la siguiente: provocar la formación de asociaciones obreras, propias para crear la agitación contra los patronos; hacerse el abogado de los obreros cuando están en huelga y pesar sobre las administraciones públicas para que intervengan en favor de los trabajadores; hacerse nombrar diputado con el apoyo de los sindicalistas (3), y usar de su influencia, bien para que obtengan algunas ventajas los electores obreros, bien para que se den puestos a algunos hombres influyentes del mundo trabajador (4); en fin, lanzar de vez en cuando algún discurso resonante sobre las bellezas de la sociedad futura. Esta política está al alcance de todos los ambiciosos, y no exige que se entienda nada de socialismo para practicarla: es la de Augagneur y demás diputados socialistas que no han querido seguir en el partido socialista.

En mi opinión, no debe concederse la menor importancia a toda esta literatura. Los jefes oficiales del partido socialista se parecen, con harta frecuencia, a marinos de agua dulce a quienes el azar hubiese lanzado al gran mar y que navegasen sin saber hallar su camino en un mapa, reconocer las señales y tomar precauciones contra las tempestades. Mientras estos presuntos jefes meditan sobre la redacción de axiomas nuevos, acumulan vanidad sobre vanidad, y creen imponer su pensamiento al movimiento proletario, se encuentran sorprendidos por acontecimientos que todo el mundo espera, fuera de sus conciliábulos de sabios, y quedan estupefactos ante el menor incidente parlamentario (5).

Al mismo tiempo que los teóricos oficiales del socialismo se mostraban tan impotentes, unos hombres ardientes, animados de un sentimiento de libertad, de vigor prodigioso, tan ricos en amor al proletariado como pobres en fórmulas escolásticas, y que sacaron de la práctica de las huelgas una concepción clarísima de la lucha de clases, lanzaban el socialismo por la nueva vía que empieza a recorrer hoy (6).

El sindicalismo revolucionario turba las concepciones que se habían elaborado maduramente en el silencio del gabinete; marcha, en efecto, al azar de las circunstancias, sin cuidarse de someterse a una dogmática y dirigiendo más de una vez sus fuerzas por caminos que condenan los sabios. ¡Espectáculo desalentador para las almas nobles que creen en la soberanía de la ciencia en el orden moderno, que esperan la revolución de un vigoroso esfuerzo del pensamiento, y se imaginan que la idea dirige el mundo desde que éste se ha librado del oscurantismo clerical!

Es muy probable que se hayan perdido muchas fuerzas a consecuencia de esta táctica que, según ciertos intelectuales, merece el nombre de bárbara; pero también se ha producido mucho trabajo útil. Según prueba la experiencia superabundantemente, la revolución no posee el secreto del porvenir y procede como el capitalismo, precipitándose por todas las salidas que se le ofrecen.

El capitalismo no ha salido malparado de lo que se ha llamado su ceguera y su locura: si la burguesía hubiese escuchado a los hombres prácticos, sabios y morales, se habría horrorizado ante el desorden que creaba con su actividad industrial, habría pedido al Estado que ejerciese un poder moderador y habría seguido por una senda conservadora. Marx describe en términos magníficos la obra prodigiosa que ha sido realizada sin plan, sin jefe y sin razón: Como nadie lo había hecho antes que ella, ha mostrado de qué es capaz la debilidad humana. Ha creado otras maravillas que las pirámides de Egipto, los acueductos romanos y las catedrales góticas: ha realizado otras campañas que invasiones y cruzadas. (7).

La burguesía ha actuado revolucionariamente y contra todas las ideas que los sociólogos se forman de una actividad potente y capaz de alcanzar grandes resultados. La revolución se ha fundado en la transformación de los instrumentos de producción, hecha al azar de las iniciativas individuales; pudiera decirse que ha obrado según un modo materialista, ya que nunca la ha guiado la idea de los medios a emplear para conseguir la grandeza de una clase o un país. ¿Por qué no podría seguir el mismo camino el proletariado y marchar hacia adelante sin imponer ningún plan ideal? Los capitalistas, en su furor innovador, no se ocupaban lo más mínimo de los intereses generales de su clase o su patria; cada uno de ellos consideraba únicamente el mayor beneficio inmediato. ¿Por qué los sindicatos han de subordinar sus reivindicaciones a altos intereses de economía nacional y no se han de aprovechar todo lo posible de sus ventajas cuando las circunstancias les son favorables? El poder y la riqueza de la burguesía se basaban en la autonomia de los directores de empresa. ¿Por qué no se ha de basar la fuerza revolucionaria del proletariado en la autonomía de las rebeliones obreras?

En efecto, el sindicalismo revolucionario concibe su papel de esta manera materialista, calcada en cierto modo sobre la práctica del capitalismo. Saca partido de la lucha de clases, como el capitalismo lo había sacado de la concurrencia, empujado por un vigoroso instinto de producir una acción mayor de lo que permiten las condiciones materiales. Los individuos que se precian de conocer la ciencia social y la filosofía de la historia, se muestran muy desconfiados al ver manifestarse instintos tan indisciplinados; se preguntan, con una inquietud a veces cómica, adónde conducirá semejante barbarie; se preocupan de prever las reglas que el proletariado deberá adoptar cuando las fuerzas difusas de la revolución se concentren, se organicen y tengan necesidad de órganos reguladores. Hay en toda esta actitud de los doctos infinita ignorancia.

No he de recordar a los compatriotas de Vico lo que este gran genio ha escrito sobre las condiciones en medio de las cuales se producen los ricorsi, estos sobrevienen cuando el alma popular vuelve a estados primitivos; cuando todo es instructivo, creador y poético en la humanidad. Vico encontraba en la Edad Media la ilustración más firme de su teoría; los comienzos del Cristianismo serían incomprensibles si no se supusiese, en los discípulos entusiastas, un estado análogo al de las civilizaciones arcáicas. El socialismo no puede aspirar a renovar el mundo si no se forma de la misma manera.

No nos asombra, pues, ver a las teorías socialistas caer unas después de otras, mostrarse tan débiles cuando el movimiento proletario es tan fuerte; entre ambas cosas no hay más que un lazo artificial. Las teorías han nacido de la reflexión burguesa (8); se presentan, por lo demás, como perfeccionamientos de filosofías éticas o históricas, elaboradas en una sociedad que ha llegado, desde hace mucho, a los grados más altos de intelectualismo; estas teorías nacen, pues, ya viejas y decrépitas. A veces dan la ilusión de una realidad que les falta, porque expresan con fortuna un sentimiento accidentalmente unido al movimiento obrero y se deshacen tan pronto como ese accidente desaparece. El sindicalismo revolucionario que no toma nada del pensamiento burgués, tiene, en cambio, el porvenir abierto ante sí.

El sindicalismo revolucionario encarna, a la hora presente, lo que hay en el marxismo de verdadero, de profundamente original, de superior a todas las fórmulas: a saber, que la lucha de clases es el alfa y omega del socialismo; que no es un concepto sociológico para uso de los sabios, sino el aspecto ideológico de una guerra social emprendida por el proletariado contra todos los jefes de industria; que el sindicato es el instrumento de la guerra social.

Con el tiempo, el socialismo sufrirá la evolución que le imponen las leyes de Vico: deberá elevarse por encima del instinto y hasta puede decirse que esto ha comenzado ya; el marxismo rejuvenecido y profundo que defienden en Francia Lagardelle y Berth, en Italia valerosos escritores, en medio de los cuales brilla Arturo Labriola, es ya el producto de tal evolución. La sabiduría y profunda inteligencia de estos jóvenes marxistas, se manifiestan en que no pretenden anticiparse al curso de la historia y tratan de comprender las cosas a medida que se producen.

Yo quisiera llamar ahora muy brevemente la atención sobre algunas de las dificultades más graves que presenta el sindicalismo revolucionario.

a) Hemos partido de la idea de que el sindicalismo persigue una guerra social, pero se nos objeta que la guerra no puede ser considerada, a la hora presente, como el régimen normal de los pueblos civilizados; la guerra no es más que un incidente y todos los esfuerzos de la gente razonable tienden a hacer este incidente más caro y menos temible. ¿Por qué no introducir la acción diplomática en la guerra social, para conseguir la paz?

Hay una gran diferencia entre la guerra de los Estados y la de las clases. Ninguna potencia aspira ya a la monarquía universal, todas fundan su política en un ideal de equilibrio; de este modo, los conflictos se hacen muy limitados y la paz puede resultar de concesiones recíprocas. El proletariado, en cambio, persigue la ruina completa de sus adversarios y determina la noción de equilibrio por la propaganda socialista; las huelgas no pueden originar una verdadera paz social.

Cuando los sindicatos se hacen muy grandes, les ocurre lo mismo que a los Estados: los estragos de la guerra son entonces enormes, y los directores vacilan en lanzarse a aventuras. Muchas veces los defensores de la paz social han confesado que desearían que las organizaciones obreras fuesen muy poderosas para que de este modo estuvieran condenadas a la prudencia. Así como entre los Estados estallan a veces guerras de tarifas, que terminan por lo general en tratados de comercio, del mismo modo, el establecimiento de acuerdos entre grandes federaciones patronales y obreras, podría poner término a los conflictos sin cesar renacientes. Estos acuerdos, como los tratados de comercio, tenderían a la prosperidad común de los dos grupos, sacrificando algunos intereses locales. Al mismo tiempo que se hacen prudentes, las federaciones obreras grandes llegan a considerar las ventajas que les procura la prosperidad de los patronos y a tener en cuenta los intereses nacionales. El proletariado se ve así arrastrado a una esfera extraña a él, se transforma en el colaborador del capitalismo; la paz social parece próxima a convertirse en el régimen normal.

El Sindicalismo revolucionario conoce esta situación tan bien como los pacificadores y teme las centralizaciones fuertes; actuando de una manera difusa, puede mantener en todas partes la agitación huelguística: las guerras largas han engendrado o desarrollado la idea de patria; la huelga local y frecuente no cesa de rejuvenecer la idea socialista en el proletariado, de fortalecer los sentimientos de heroismo, de sacrificio y de unión, y de mantener siempre viva la esperanza de la revolución.

b) Se ha hecho observar que las antiguas revoluciones no han sido pura y simplemente guerras, sino que han servido para imponer sistemas jurídicos nuevos. ¿A qué puede tender la nueva revolución social?

Ya he dicho que las fórmulas teóricas oficiales del socialismo son muy poco satisfactorias; mas si se parte de la idea sindicalista, se ve uno naturalmente conducido a considerar la sociedad bajo un aspecto económico: todas las cosas deben reducirse al plano de un taller que marcha con orden, sin perder el tiempo y sin dejarse guiar por el capricho.

Si el socialismo aspira a transportar a la sociedad el régimen del taller, nunca se concederá bastante importancia a los progresos que se hacen en la disciplina del trabajo, en la organización de los esfuerzos colectivos, en el funcionamiento de las direcciones técnicas. En las buenas costumbres del taller está evidentemente la fuente de donde saldrá el derecho futuro; el socialismo herederá no sólo los instrumentos que hayan sido creados por el capitalismo y la ciencia que haya nacido del desarrollo técnico, sino también los procedimientos de cooperación que a la larga se habrán constituído en las fábricas, para sacar el mejor partido posible del tiempo, de las fuerzas y aptitudes de los hombres.

Estimo, en consecuencia, muy lamentables ciertos consejos que se han dado, más de una vez, a los obreros para desperdiciar el trabajo; el sabotaje es un procedimiento del antiguo régimen y no tiende en modo alguno a orientar a los trabajadores en el camino de la emancipación. En el espíritu popular quedan aún numerosas supervivencias lamentables de este género, que el socialismo debía hacer desaparecer.

c) Es evidente que en una sociedad las relaciones de los hombres no pueden estar reguladas únicamente por la guerra; en nuestros países democráticos, sobre todo, infinitas complicaciones hacen imposible mantener el estado de guerra en todos los dominios. Examinemos sumariamente los principales terrenos en los cuales se efectúa la unión:

Cuando se habla de la democracia, hay que preocuparse menos de las constituciones políticas que de lo que ocurre en las masas populares: la difusión de la prensa, la pasión con que el público se interesa por los acontecimientos y la influencia que la opinión pública ejerce sobre los gobiernos; he aquí lo que debemos tener en consideración. Todo lo demás, es secundario o no sirve sino de auxiliar a esta organización de la voluntad general. La experiencia enseña que la clase obrera no es la menos ardiente en tomar partido sobre cuestiones que no tienen ninguna relación con sus intereses de clase: leyes que tocan a las libertades, resistencia que determinadas Ligas oponen a los abusos, política exterior, anticlericalismo. Ha podido, pues, decirse que la democracia borra las clases. Más de una vez, los jefes de los partidos socialistas han tratado de encerrar al proletariado en el círculo de un magnífico aislamiento; pero las tropas no han seguido mucho tiempo a sus jefes. Las más sabias proclamas sobre el deber de los trabajadores resultan letra muerta cuando la emoción es demasiado viva. El asunto Dreyfus es bastante reciente para que sea necesario insistir.

Los Parlamentos no cesan de hacer leyes para la protección de los trabajadores; los socialistas se esfuerzan por conseguir que los tribunales inclinen su jurisprudencia en un sentido favorable a los obreros; la prensa socialista trata en todo momento de conmover a la opinión burguesa, apelando a los sentimientos de bondad, de humanidad, de solidaridad; es decir, a la moral burguesa. Los antiguos utopistas que esperaban una reforma social de la benevolencia o de las luces de los capitalistas mejor informados, han sido motivo de befa; y hoy parece que el socialismo recobra la vieja rutina y que solicita la protección de la clase que, con arreglo a su teoría, es la enemiga irreconciliable del proletariado. Los radicales hacen avances en el sentido de la legislación social, con la esperanza de que desaparezcan ciertos estados agudos que constituyen, en su opinión, la única razón de ser del socialismo. Los católicos sociales siguen el mismo camino, porque exigen de los ricos el cumplimiento del deber social.

Los socialistas no se han dado aún exacta cuenta de lo que produce esta política (9): no parece dudoso que haya tenido por consecuencia desarrollar el espíritu pequeño-burgués en muchos hombres elevados a puestos de responsabilidad por la confianza de sus compañeros.

El proletariado moderno está sediento de instrucción. La Iglesia ha creído que podría conquistar una gran influencia sobre su espíritu mediante la escuela; el Estado, en Francia, le disputa a la Iglesia con encarnizamiento la clientela obrera. Empero, se tendría una idea muy inexacta de la influencia ideológica de la burguesía, si nos atuviésemos a las estadísticas escolares; el proletariado está bajo la dirección de una ideología extraña, gracias al libro sobre todo. Muchas veces se ha deplorado que no haya una buena literatura socialista; pero en Francia, por lo menos, esta literatura es prodigiosamente débil y Ia gran prensa socialista está en manos de burgueses que hablan sin pies ni cabeza de todas las cosas que ignoran.

Cuando se reflexiona sobre estos hechos, se ve uno obligado a reconocer que la fusión de las clases sociales por los católicos sociales y los radicales, no es quizá una quimera tan absurda como pudiera pensarse de primera intención: no sería imposible que el socialismo desapareciese por un fortalecimiento de la democracia, si el sindicalismo no estuviera ahí para oponerse a la paz social. La experiencia porque acabamos de pasar en Francia de gobiernos deseosos de dar amplias satisfacciones a la clase obrera, no es bastante para hacer pensar que estas tentativas, por hábiles y audaces que sean, puedan vencer las dificultades que el sindicalismo revolucionario opone a la paz social; a medida que la democracia avanza, los sindicalistas han alzado el tono de la lucha y el resultado más seguro de esta experiencia parece ser el siguiente: que el instinto de guerra se ha fortalecido en la misma proporción en que la burguesía ha hecho concesiones en vista de la paz.

En mi estudio de 1897 había examinado el sindicalismo de un modo abstracto; quería en aquella época mostrar la gran variedad de recursos que contiene. Mas para estudiar a fondo el sindicalismo revolucionario actual, habría que limitarse a examinar lo que ocurre en un solo país. Las tradiciones nacionales constituyen un elemento considerable en la organización obrera y esta verdad, que nunca se repetirá bastante, aparece aquí con una claridad particular.

No sé si me engaño, pero se me antoja que Italia ofrece un terreno singularmente favorable a la extensión del nuevo socialismo. Posee hoy algunos de los mejores representantes de la doctrina revolucionaria, quizá los que a la hora presente la defienden con mayor autoridad; tiene órganos concebidos con un espíritu excelente, desde el punto de vista socialista, como la Avanguardia y el Divenire. Sería interesante indagar si toda la historia italiana no es el soporte de este movimiento.

El instinto de revolución total es antiguo en Italia y ha podido adoptar aspectos muy distintos; hoy, presta a la idea de huelga general una popularidad que no tiene en los demás países. El espíritu local permanece vivo, y el sindicalismo, por consiguiente, tal vez no está tan amenazado por el burguesismo de las grandes Federaciones como en Francia.La lucha de clases pudiera muy bien tomar en Italia sus formas más espléndidas, y el progreso del sindicalismo italiano deberá ser seguido con atención por todos los socialistas.


Notas:

(1) En el Congreso de París, en 1900, había votado en favor de la moción favorable a la huelga general, según el informe analítico oficial; pero, según la copia estenográfica, se habría abstenido.

(2) Eduard Le Roy: Qu'est-ce qu'un dogme? pp. 17-18. I (Tomado de la Quinzaine del 15 de Abril de 1906).

(3) En el Socialiste del 14 de septiembre de 1902, se quejan de que el secretario del sindicato ferroviario y los individuos más sobresalientes de esta asociación hayan trabajado, durante las elecciones, por los candidatos gubernamentales.

(4) En el Socialiste del 24 de febrero de 1901, se ve que el secretario de la Bolsa de Trabajo de Limoges, ha sido nombrado, gracias a la protección de Millerand, para un empleo de 5700 francos por año.

(5) Nada iguala la ingenuidad de nuestros socialistas imaginándose que Millerand no aceptaría una cartera ministerial, sino después de la revolución social, cuando todo el mundo, en la Cámara, sabía que corría tras de un ministerio.

(6) A este renacimiento del socialismo estará ligado, en Francia, el nombre de Fernand Pelloutier, que ha tomado una parte tan activa en la organización de las Bolsas del Trabajo, y que ha muerto antes de haber visto el resultado de la obra a que se había consagrado en cuerpo y alma.

Para muchos socialistas oficiales, Pelloutier fue solamente un oscuro periodista; ¡de tal modo ignoran la verdad sobre el movimiento obrero! El pobre y abnegado servidor del proletariado murió en un estado de miseria en 1901.

(7) Manifiesto comunista.

(8) Exceptúo aquí qué hay de esencial en el marxismo.

(9) Generalmente, los socialistas llaman a la legislación social derecho obrero; error análogo a aquél en que habrían incurrido los autores antiguos si hubiesen llamado derecho burgués al conjunto de reglas relativas a las relaciones que existían entre los señores feudales y los campesinos; la legislación social está fundada en la noción de sangre. Debería llamarse derecho obrero a las reglas que se refieren a todo el cuerpo de trabajadores, y que pueden, perfeccionándose, convertirse en el derecho futuro.

Por Georges Sorel

Fuente: www.antorcha.net/biblioteca_virtual/filosofia/sorel/sorel.html

jueves, 21 de enero de 2016

La estafa del salario



X. El salario

Salario es una palabra que deriva del latín “salarium”, que era el estipendio o sueldo periódico con que se retribuía su desempeño a los trabajadores romanos del norte del África, donde la sal de mesa era un producto casi inhallable. Así, pues, aquella gente prefería que se les pagase con ese producto natural, que ellos a su vez revendían después de haber retirado la cantidad estimada para su propio consumo, obteniendo beneficios extraordinarios. De allí pasó al habla cotidiana en concepto de pago total a los trabajadores.

42. ¿Qué es el salario?

Modernamente se denomina salario al pago total (“pago por todo concepto”) que se le debe al trabajador dependiente, y que se le entrega por períodos (diarios, semanales, quincenales o mensuales).

43. ¿Qué es el salariado?

Se denomina salariado al sistema capitalista y socialista por el cual se alquila el trabajo de las personas y se compra su resultado. El pago se denomina salario. Es un sistema inmoral, denunciado por los nacionalsindicalistas, por cuanto el trabajo humano no puede ser alquilado (es una forma de prostitución, aunque no involucre sexo) y la compra del fruto del trabajo a cambio de un salario que no cubre su valor (“precio vil”), es una estafa. Al obligar a la gente a tener que trabajar para otros (“empresarios”, “capitalistas”, “patrones”, “empleadores”, “dadores de trabajo” [sic], etcétera), se la mantiene dependiente de sus “fuentes de ingreso” (sic) e imposibilitada de ejercer su libertad, especialmente su libertad de elección de una forma de vida deseable; con el pago de un estipendio periódico (“salario” –aunque no tenga nada que ver con la sal a la que hace referencia) se mantiene a la gente apenas alimentada, vestida y con sus necesidades básicas cubiertas, ello en el mejor de los casos, porque el salario en el mundo es en general, más que insuficiente, miserable. Con ello sólo se garantiza un nivel de supervivencia precario, siempre pasible de empeorar por causa de la inflación o la rebaja de los salarios para preservar la “rentabilidad” (ganancia sostenida) de las empresas, o de perderse del todo por causa del despido masivo, decretado por el mismo motivo: las ganancias. El régimen del salariado actual, por más que se acostumbre señalar el “gran progreso” supuestamente logrado por los trabajadores respecto de la situación de sus antepasados de hace un siglo o más atrás, sigue siendo un sistema cuyo efecto es esencialmente similar al de la esclavitud: darle al trabajador un mínimo de dinero para que se procure los medios de paliar sus necesidades, a fin de que siga alquilando su trabajo y procurando beneficios para su empleador; y cuando ya no pueda trabajar, será reemplazado por su hijo, para cuya manutención y educación tuvo que erogar buena parte de su salario durante años –no fue el “patrón” ni ninguna “organización patronal” los que pagaron por la manutención y formación del hijo; pero el hijo irá a ocupar el lugar del padre en la “fuerza laboral”. ¡Las familias de la gran mayoría de gente dependiente, son como el “ganado” de los explotadores, que cual ganaderos, una vez que cada “cabeza” llega a estar en condiciones de ser explotada, le echan mano mandando a sus viejos padres a pastorear por lástima, o al matadero!

44. ¿Qué son el salario nominal y el salario de bolsillo?

Puesto que al salario contratado (“salario nominal”) se le efectúan al efectivizar su pago diversos descuentos (desde impuestos hasta “cargas sociales”), el neto que el trabajador realmente percibe para disponerlo personalmente, se llama “salario de bolsillo”.

45. ¿Qué se entiende por los “beneficios marginales” del salario?

Incluso un término que se puede considerar sinónimo, el sueldo –de donde deriva la voz “soldado”, esto es, militar regular retribuido con una paga periódica–, ya no es abarcativo de la total remuneración entregada al trabajador dependiente; porque el concepto de salario, más amplio, suele contemplar en muchos países, además de un sueldo básico, otros rubros como comisiones por ventas –por ejemplo– y también otros títulos que “completan” el pago, que suelen ser denominados  técnicamente “beneficios marginales”. Suelen darse como “gastos de comida”, “gastos de transporte (o “viáticos”), cobertura médica, e infinitos ramos más, según cada país. Sobre el tema de estos beneficios, hay que tener en cuenta que se los presenta como “suplementos” graciables, poco más o menos como sobresueldos que son pagados para “mejorar” la situación patrimonial de los empleados y que amablemente descuentan de sus propias ganancias los empleadores. Nada más falso. Es falso, porque toda remuneración se considera un gasto de producción o gestión de la empresa, y como sabemos, los gastos del proceso productivo van a parar a los precios de los productos. Y como el 90% o más de la producción vendida, es adquirida ordinariamente por la multitud de los trabajadores asalariados, son los mismos trabajadores quienes pagan esos estipendios extraordinarios que por otra vía recibieron. El capitalista no paga nada, ni siquiera sus propios gastos, que también van a subsumirse en los precios que arbitrariamente fija. Incluso cuando se habla de “beneficios” tales como un seguro de medicina prepaga, que ampara al núcleo familiar, se dice que de esta manera se está dando algo más al trabajador, porque también reciben el beneficio de la asistencia médica sus familiares a cargo. En base a esta afirmación, se habla de un “salario social”. De este modo, se ha más o menos establecido universalmente que la remuneración de un asalariado se compone de dos partes diferenciadas (“concepción dualista del salario”: a) la remuneración del esfuerzo individual del trabajador; y b) la “ayuda” para que el trabajador pueda hacer frente a sus obligaciones familiares y sociales. Con esta técnica se disocia el pago que la ley acuerda al dependiente, obligándolo a que acepte que una parte es para que mantenga a su familia de modo que él pueda seguir trabajando sin pausa hasta que ya no le sirva más al empresario (por viejo, y entonces lo obliga a jubilarse; o por otras causas inherentes a la “rentabilidad” de la empresa, y entonces se deshace de él mandándolo al paro). Lo reemplazarán en la nómina global de trabajadores “activos” su hijos y quizá, su esposa. Una de las ventajas que el sistema le acuerda al empresario capitalista es, pues, lavarse las manos respecto de las preocupaciones del trabajador cuando éste enfrente dificultades familiares, porque de sus problemas se irá a ocupar el “seguro” (seguro de atención médica, seguro de accidentes, seguro de incapacidad, seguro de vida); todo lo cual se le descuenta del sueldo. El otro, que no es el mismo gasto el que puede originar un trabajador solo que otro con familia a cargo, y aún un tercero con “familia numerosa” (más de dos hijos). De modo que de la masa del seguro se distribuyen los gastos conforme la cantidad de personas que participan y así, el trabajador que vive solo y carece del apoyo moral y emocional de una familia, termina subvencionando el gasto cuadruplicado, quintuplicado o mayor aún, de los trabajadores con personas a su cargo. Para el empresario, es lo mismo; para el trabajador, no. Y una vez más, la solidaridad es ejercida por los asalariados, nunca por el empleador. (Fue Proudhon, el filósofo francés señalado como “el padre del pensamiento anarquista”, quien inspiró la idea del “salario social” con su famoso apotegma: “Recibir de cada uno según su trabajo, dar a cada uno según sus necesidades”). Pero en la práctica empresaria, piratesca y avariciosa, la idea generosa del anarquista se convirtió en un negocio más. Las empresas llaman a esta parte del salario mangoneado por ellas, con los eufemismos de “cargas sociales” (a veces, “cargas parafiscales”). Pero no es más que una parte del salario debido al trabajador, que ellos lo socializan a la fuerza y así, se descargan de sus responsabilidades.   

46. ¿Qué es el salario “mínimo, vital y móvil”?

En el constante tira y afloja que caracteriza la relación “obrero-patronal” (sic) –porque, constituyendo el salariado una estafa, cuesta mucho esfuerzo mantenerlo vigente contra toda evidencia– los preclaros “representantes del pueblo”, esto es, los honorables “legisladores” instrumentos perpetuos de la dominación capitalista cualquiera fuese el gobierno que la titularice, inventaron un engendro llamado “salario mínimo”. El salario mínimo es una suma determinada por la ley, que “garantiza” a los trabajadores dependientes que ningún empleador podrá pagar menos a sus asalariados. Desde luego, nadie será tan ingenuo de creer que ese salario mínimo, realmente cubre las necesidades básicas de uno solo siquiera de los trabajadores. Sus funciones son otras. Por un lado, permite que un empresario capitalista pague lo menos posible a algunos de sus trabajadores, cuando los contrata con ánimo de emplearlos durante una breve temporada y esperando que los propios trabajadores opten por ir buscando mejores colocaciones y se vayan yendo solos, sin derecho a indemnización. Por otra parte, si el capitalista desea aumentar el salario de algunos otros de sus dependientes, aquéllos que quiere mantener en su nómina, los primeros no tendrán base jurídica para quejarse de discriminación: ellos están cobrando lo que la ley dice que es suficiente. Además, el salario mínimo suele usarse para cumplir con la indemnización por despidos; así, cuando la ley dice que se deberá pagar en tal concepto a un trabajador, por ejemplo, un salario por cada año de antigüedad, se le pagará no el que realmente cobró el último mes trabajado, sino el “salario mínimo legal”, muy inferior. Ahorro para el empleador. El eufemismo llega al bajo nivel de la burla descarnada cuando se habla de un “salario mínimo, vital y móvil”. Tal es el caso de la ley argentina de Contrato de Trabajo (texto ordenado en 1976), que lo define en su artículo 116 como:
La mejor remuneración que debe percibir en efectivo el trabajador sin cargas de familia, en su jornada legal de trabajo, de modo que le asegure alimentación adecuada,
vivienda digna, educación, vestuario, asistencia sanitaria, transporte y esparcimiento, vacaciones y previsión”. 
Es cruel, y hasta sangrienta, desde que nunca el importe de ese salario supuestamente “vital” llegó a cubrir siquiera el 50% del costo de los insumos necesarios para una “familia tipo” (padre, madre y dos hijos); de modo que ni trabajando los dos cónyuges, la suma de sus dos salarios mínimos sería suficiente para cubrir las necesidades elementales del grupo familiar. Actualmente (2008) no cubre ni siquiera el costo del alquiler de una vivienda deficiente. ¿Esparcimiento, vacaciones, previsión? ¡Qué burla!

Por Héctor Osvaldo

Extraído por SDUI de: "Breve catecismo económico del Nacional-Sindicalismo"

martes, 12 de enero de 2016

La teoría del poder cultural de Gramsci



Por "sociedad civil" (termino ya usado por Hegel y, por cierto, criticado por Marx) Gramsci designa el conjunto del sector "privado"; es decir, el sistema de necesidades, la jurisdicción, la administración, las corporaciones, pero también los dominios intelectual, religioso y moral.

El gran error de los comunistas ha sido creer que el Estado se reduce a un simple aparato político. Pero, “el Estado organiza también el consentimiento”; es decir, dirige por medio de una ideología implícita, que reposa sobre los valores admitidos por la mayoría de los societarios. Este aparato "civil" comprende la cultura, las ideas, los modos, las tradiciones –e incluso el "sentido común".

En otras palabras, el Estado no es solamente un aparato coercitivo. Al lado de la dominación directa, del mando que ejerce por medio del poder político, también se beneficia, gracias a la actividad del poder cultural, de “una hegemonía ideológica, de la adhesión de los espíritus a una concepción del mundo que le consolida y le justifica” (cfr. la distinción hecha por Althusser entre el “aparato represivo del Estado” y los “aparatos ideológicos del Estado”).

Separándose aquí de Marx, que reduce la “sociedad civil” a la infraestructura económica Gramsci asegura (sin percibir todavía que la ideología también está ligada a las mentalidades; es decir, a la constitución mental de los pueblos) que es en la sociedad civil donde se elaboran y difunden las visiones del mundo, las filosofías, las religiones y todas las actividades intelectuales o espirituales, explícitas o implícitas, por medio de las cuales se forma y se perpetúa el consenso social. Por ello, reintegrando la sociedad civil al nivel de la superestructura y agregándole la ideología, de la que ella depende, Gramsci distingue, en Occidente, dos formas de superestructura: por una parte la sociedad civil, por la otra la sociedad política o el Estado propiamente dicho.

Mientras en Oriente el Estado lo es todo, en tanto la sociedad civil es “primitiva y gelatinosa”, en Occidente, los comunistas deben ser conscientes del hecho de que lo "civil" se ajusta a lo "político". Si Lenin, que ignoraba tal cosa, pudo acceder al poder, fue precisamente porque en Rusia la sociedad civil era prácticamente inexistente. En las sociedades desarrolladas, no es posible la toma del poder político sin la previa captura del poder cultural: “La toma del poder no se efectúa solamente por una insurrección política de asalto del Estado, sino, sobre todo, por un largo trabajo ideológico en la sociedad civil que permita preparar el terreno” (Hélène Védrine, Las filosofías de la historia, 1975). El "paso al socialismo" no pasa ni por el putsch ni por el enfrentamiento directo, sino por la subversión de los espíritus.

El premio de esta "guerra de posiciones": la cultura, que es el puesto de mando de los valores y las ideas.

Gramsci rechaza a la vez el leninismo clásico (teoría del enfrentamiento revolucionario), el revisionismo estaliniano (estrategia del Frente Popular) y las tesis de Kautsky (constitución de una vasta concentración obrera). El "trabajo de partido", pues, consistiría en reemplazar la “hegemonía de la cultura burguesa” por la “hegemonía cultural proletaria”. Conquistada por valores que ya no serán los suyos, la sociedad vacilará sobre sus bases. Y entonces será la hora de explotar la situación sobre el terreno político.

De ahí el rol designado a los intelectuales: “ganar la guerra de posiciones por la hegemonía cultural”. El intelectual es aquí definido por la función que ejerce frente a un tipo dado de sociedad o de producción. Escribe Gramsci: “Cada grupo social, nacido sobre el terreno original de una función esencial, en el mundo de la producción económica, crea al mismo tiempo que él, orgánicamente, una o varias capas de intelectuales, que le dan su homogeneidad y la conciencia de su propia función, no solamente en el dominio económico, sino también en los dominios social y político (Los intelectuales y la organización de la cultura).

A partir de esta definición (demasiado extensa), Gramsci distingue entre los intelectuales orgánicos, que aseguran la cohesión ideológica de un sistema, y los intelectuales tradicionales representantes de los antiguos estratos sociales que persisten a través de las relaciones de producción.

A partir de los intelectuales "orgánicos", Gramsci recrea el sujeto de la historia y de la política, el Nosotros organizador de los otros grupos sociales, por retomar la expresión de Henri Lefebvre (El fin de la historia, 1970). El sujeto ya no es Príncipe, ni el Estado, ni el Partido, sino la Vanguardia intelectual ligada a la clase obrera. Es ella quien, mediante un “trabajo de termita”, cumple una "función de clase" convirtiéndose en portavoz de los grupos representantes en las fuerzas de producción.

La Vanguardia intelectual es quien debe dar al proletariado la “homogeneidad ideológica” y la conciencia necesaria para asegurar su hegemonía –concepto que, en Gramsci, reemplaza y desborda al de "dictadura del proletariado" (en la medida en que desborda la política para englobar la ideología).

Por Alain de Benoist

viernes, 8 de enero de 2016

Ernst Niekisch, un revolucionario alemán



Ernst Niekisch, nacido en 1.889 en una familia de artesanos, militante y periodista del partido Social-demócrata, fue elegido en 1.918 presidente del Consejo Central de Baviera. Convertido al nacionalismo durante su estancia en la cárcel, comenzó a publicar en 1.926 Widerstand (Resistencia) "Escritos para una política socialista y nacionalista-revolucionaria". Colaboró con la mayoría de personalidades relacionadas con NR (entre ellas Ernst Junger), y se convirtió en la figura proa, y principal teórico, del nacional-bolchevismo alemán y del anti-occidentalismo europeo. La revista dobló en seguida el número de simpatizantes (de 5 a 600 miembros, un movimiento de unas 5.000 personas) y se dotó del semanario Entscheidung (Decisión). El conjunto fue prohibido por los nazis tras subir al poder y Niekisch fue encarcelado algunos años después en una verdadera resistencia interior. Liberado por la Armada Roja el 27 de abril de 1.945, se afilió al Partido Comunista Alemán, y luego al Partido Socialista Unificado, formó parte de la dirección del Frente Nacional, fue diputado e impartió clases en la Universidad de Humbolt. Sin embargo, tras el aplastamiento de la sublevación del 17 de junio de 1.953, renunció a todas sus responsabilidades y se estableció en la Republica Federal, donde murió en 1.967. Su influencia sobre el europeismo revolucionario y el nacionalismo europeo resulta inconmensurable.

Ernst Niekisch es tal vez la figura más representativa del complejo y multiforme panorama que ofrece el movimiento nacional-bolchevique alemán de los años 1918 a 1933. En él se encarnan con toda claridad las características y las contradicciones evocadas por el término de "nacional-bolchevismo" y que responden mucho más a un estado de ánimo que a una actitud activista, a una ideología de contornos precisos o a una unidad organizativa, pues este movimiento estaba compuesto por infinidad de pequeños círculos, grupos, revistas, etc., sin que hubiera jamás un partido que se calificara a sí mismo de "nacional-bolchevique". Es curioso constatar que casi ninguno de estos grupos o personalidades usó este apelativo (si exceptuamos la revista de Karl Otto Paetel, "Die Sozialistische Nation", cuyo subtítulo era"Nationalbolschewistische Blätter"), sino que el adjetivo les fue lanzado con carácter despectivo, teñido de sensacionalismo por la prensa y los partidos sostenedores de la República de Weimar, de la que todos los nacional-bolcheviques fueron encarnizados enemigos, no habiendo a este respecto diferencias entre los grupos procedentes del comunismo que incorporaron la idea nacional y entre los grupos nacionalistas dispuestos a asumir cambios económicos radicales y la alianza con la U.R.S.S. para destruir el odiado sistema nacido del Dicktat de Versalles.

Ernst Niekisch nació el 23 de mayo de 1889 en Trebnitz (Silesia). Era hijo de un limador que se trasladó a Nördlingen im Reis (Baviera-Suabia) en 1891. Niekisch realizó estudios de magisterio que termina en 1907, pasando a ejercer en Ries y Augsburg. No era corriente en la Alemania guillermina -aquel estado en el que había tenido lugar"la victoria del burgués sobre el soldado", en palabras de Carl Schmitt- que un hijo de obrero estudiara, por lo que Niekisch debió sufrir las burlas y la hostilidad de sus compañeros de clase. Ya en esta época estaba hambriento de saber ("una vida de nulidad es insoportable", dirá) y devorado por un fuego interior revolucionario; se lanza sobre Hauptmann, Ibsen, Nietzsche, Schopenhauer, Kant, Hegel y Maquiavelo, a cuya influencia se añadirá la de Marx, desde 1915. Alistado en el ejército en 1914, serios problemas oculares le impiden llegar al frente, por lo que ejercerá, hasta febrero de 1917 funciones de inspección de reclutas en Augsburg. En octubre de 1917 entra en el Partido Socialdemócrata (S.P.D.) y se siente fuertemente atraído por la Revolución Bolchevique. De esta época data su primer escrito político hoy perdido, titulado significativamente "Licht aus dem Osten" en el que ya formulaba lo que será una constante de su acción política: la idea de la "Ostorientierung". La difusión de este folleto será saboteada por el propio S.P.D., en cuyo periódico de Augsburg "Schwäbischen Volkszeitung" colaboraba Niekisch.

El 7 de noviembre de 1918 Eisner proclama en Munich la República. Niekisch funda el consejo de obreros y soldados de Augsburg, y se convierte en su presidente, siéndolo igualmente del Consejo de Obreros, Campesinos y Soldados de Munich durante febrero y marzo de 1919. El es el único miembro del Comité Central que vota en contra de la proclamación de la primera República Soviética de Baviera, pues considera que ésta es la provincia alemana menos adecuada para realizar el experimento, debido a su carácter agrario. Sin embargo, a la entrada de los Freikorps en Munich, Niekiksch es encarcelado el 5 de mayo -día en el que pasa del S.P.D. al Partido Socialdemócrata Independiente (U.S.P.D.)-. El 22 de junio es condenado a dos años de prisión en fortaleza por su actividad en el Consejo de Obreros y Soldados, aunque no ha tenido nada que ver con los crímenes de la República Soviética Bávara. Niekisch cumple su sentencia íntegramente, pues si bien es elegido al parlamento bávaro como jefe de fracción del U.S.P.D., no será liberado hasta agosto de 1921. Entre tanto, se encuentra de nuevo en el S.P.D. debido a la reunificación con éste del U.S.P.D. (la anterior escisión se había verificado durante la guerra mundial).
Niekisch no está en absoluto de acuerdo con la política contemporizadora del S.P.D. - temperamentalmente era incapaz de soportar las medias tintas y los compromisos - y añadiéndose a ésta situación de disgusto las amenazas contra él y su familia (habiéndose casado en 1915 tenía un hijo), renuncia a su mandato parlamentario y se traslada a Berlín, donde entra en la dirección del Secretariado de la Juventud del Gran Sindicato Textil, un trabajo burocrático en el que tampoco se sentirá a gusto. Sus relaciones con el S.P.D. se van deteriorando paulatinamente, debido a que Niekisch se opone al pago de reparaciones a Francia y Bélgica y apoya la resistencia nacional cuando Francia ocupa la cuenca del Ruhr en enero de 1923. También se opone desde 1924 al Plan Dawes, que regula el pago de las reparaciones impuestas a Alemania en Versalles. Niekisch atacó frontalmente la postura del S.P.D. de aceptación del Plan Dawes en una conferencia de sindicalistas y socialdemócratas, enfrentándose con Frank Hilferding, principal representante de la línea oficial.

En 1925, Niekisch que es el redactor jefe de la revista socialista "Firn" ("El nevero"), hace aparecer en una serie de folletos editados por ésta los dos primeros trabajos suyos que han llegado hasta nosotros "Der Weg der deeutschen Arbeioterschaft zum Staat" y "Grundfragen deutscher Aussenpolitik". Ambas obras testimonian una influencia de Lassalle mucho mayor que la de Marx/Engels -un rasgo que hace asemejar estas primeras tomas de posición de Niekisch a las que asumieron en la inmediata postguerra los comunistas de Hamburgo que se separaron del Partido Comunista Alemán (K.P.D.) para fundar el Partido Comunista Obrero Alemán (K.A.P.D.), bajo la dirección de Laufenberg y Wolffheim y que era decidido partidario de la lucha de liberación contra Versalles (este partido, que llegó a disponer de una base de masas bastante amplia ocupa un lugar destacado en la historia del nacional-bolchevismo"). En sus folletos de 1925, Niekisch propone que el S.P.D. se haga campeón del espíritu de resistencia del pueblo alemán contra el imperialismo capitalista de las potencias de la Entente, al tiempo que sostiene que la liberación social de las masas proletarias tienen como presupuesto inexcusable la liberación nacional. Estas ideas, unidas a su oposición a la política exterior profrancesa del S.P.D. y a su lucha contra el Plan Dawes le atraen la desconfianza de las altas instancias socialdemócratas. El célebre Eduard Bernstein le atacará por su actitud nacionalista en el periódico "Glocke". En realidad, Niekisch jamás fue un marxista en el sentido ortodoxo de la palabra; concedía al marxismo valor de crítica social, pero no de Weltanschaung e imaginaba al estado socialista por encima de cualquier interés de clase, como "ejecutor de los testamentos de Weimar y Könisberg" (es decir, de Goethe y Kant). Se comprende fácilmente que este género de ideas no fueran gratas a la aburguesada dirección del S.P.D.... Pero Niekisch no estaba aislado en el seno del movimiento socialista, pues mantenía estrechas relaciones con el "Círculo Hofpgeismar" de las Juventudes Socialistas, cuya ala nacionalista fuertemente influenciada por la "Revolución Conservadora", representaba. Niekisch escribió frecuentemente en la revista de este círculo "Rundbrief" del que saldrían fieles colaboradores cuando comience la etapa de "Widerstand", entre estos colaboradores estaba Benedikt Obermayr, que trabajaría con Darré en el Reichsmährstand.
Poco a poco, el S.P.D. empieza a deshacerse de Niekisch: por presiones de su primer presidente, Niekisch es excluído de su puesto en el sindicato textil y en julio de 1926 se anticipa con su marcha del S.P.D. al expediente de expulsión incoado contra él y cuyo resultado no era dudoso.

Comienza ahora el período que ganará para Niekisch un puesto en la historia de las ideas revolucionarias del siglo XX: considerando como altamente problemático el esquema "derecha-centro-izquierda", se esfuerza por reagrupar a las mejores fuerzas de la derecha y de la izquierda, (conforme a la célebre imagen de la "herradura", los extremos de ésta se encuentran más cerca entre sí que del centro) para la lucha contra un enemigo que se designa claramente: en el exterior el Occidente liberal y el Tratado de Versalles; en el interior, el liberalismo de Weimar. En julio de 1926 edita el primer número de la revista "Widerstand" ("Resistencia") y logra atraer a fracciones importantes -por su número y por su activismo- del antiguo Freikorps "Bund Oberland", al tiempo que se adhiere al Alt Sozialdemocratische Partei (A.S.P.) de Sajonia, intentando utilizarlo como plataforma para sus planes de reunión de fuerzas revolucionarias. Se traslada para ello a Dresde, desde donde dirige el periódico del A.S.P.("Der Volkstaat"), llevando a cabo una dura lucha contra la política pro-occidental de Stresemann, oponiendo al tratado de Locarno en el que Alemania reconocía sus fronteras occidentales como definitivas y su obligación de pagar reparaciones, el espíritu del Tratado de Rapallo (1922) en el que la Rusia Soviética y la Alemania derrotada-los dos parias de Europa- estrecharon sus relaciones solidarizándose contra las potencias vencedoras. La experiencia con el A.S.P. termina cuando este partido sea derrotado en las elecciones de 1928, quedando reducido a una fuerza insignificante. 
Este fracaso no significa, ni mucho menos, que Niekisch abandone la lucha descorazonado. Al contrario, es en esta época cuando escribirá sus obras fundamentales:"Gedanken über deutsche Politik","Politik und idee" (ambas de 1929), "Entscheidung" (1930: su obra maestra), "Der Politische Raum Deutschen Widerstandes" (1931) y "Politik deutschen Widerstandes" (1932). Paralelamente a esta actividad publicista, continúa editando la revista "Widerstand", funda la editorial del mismo nombre en 1928 y viaja a todos los rincones de Alemania como conferenciante. La sola enumeración de las personalidades con que se relaciona (desde mayo de 1929 se traslada definitivamente a Berlín) es impresionante: el filósofo Alfred Baümler le presenta a Ernst y Friedrich Georg Jünger, con los que comienza una estrecha colaboración, mantiene lazos con el ala izquierda del N.S.D.A.P.: el conde Ernst zu Reventlow, Gregor Strasser (que le ofrecerá convertirse en jefe de la redacción del "Volkischer Beobachter") y Goebbels que se encuentra entre los admiradores más resueltos de su libro "Entscheidung" ("Decisión"). También es determinante su amistad con Carl Schmitt.

En octubre de 1929, Niekisch es el animador de la acción juvenil contra el Plan Young (otro plan de "reparaciones"), publicado en el periódico "Die Kommender", el 28 de febrero de 1930, un ardiente llamamiento contra este plan, suscrito por casi todas las asociaciones juveniles alemanas -entre ellas la Liga de Estudiantes Nacional-Socialistas y la Juventud Hitleriana- y que fue seguido por manifestaciones de masas.
Los simpatizantes de su revista fueron organizados en "Círculos Widerstand", que celebraron tres congresos nacionales durante los años 1930-32, año éste en que Niekisch realiza un viaje a la U.R.S.S. en el otoño organizado por el ARPLAN (Asociación para el Estudio del Plan Quinquenal Soviético, fundada por el profesor Friedrich Lenz, otra figura destacada del nacional-bolchevismo).

Estos datos biográficos eran indispensables para presentar a un hombre como Niekisch que es prácticamente un desconocido y para poder comprender sus ideas, ideas que, por cierto, él no expuso nunca de un modo sistemático -era un revolucionario y un escritor de combate- y voy a intentar reconstruir a continuación. 

Desde 1919 Niekisch era un atento lector de Spengler (lo que más nos puede sorprender en un socialista de aquella época en la que existía a nivel intelectual y político entre "derecha" e "izquierda" una interpenetración, casi diaria, una ósmosis, impensables en las circunstancias actuales). De él retendrá sobre todo, la famosa oposición entre "Kultur" y "Zivilisation". Pero sus concepciones políticas quedaron fuertemente marcadas por la lectura de un artículo de Dowstoyevski que ejerció gran influencia en la Revolución Conservadora a través del Thomas Mann de las "Consideraciones de un Apolítico" y de Arthur Moeller Van der Bruck "Alemania, Potencia Protestante"(del "Diario de un Escritor", mayo/junio de 1877,capítulo III). El término "protestante" no tiene aquí ninguna connotación religiosa,sino que alude al hecho de que Alemania, desde Arminius hasta hoy siempre ha "protestado" contra las pretensiones "romanas" al dominio universal, que han sido recogidas por la Iglesia Católica y por las ideas de la Revolución Francesa, prolongándose, como señalará Thomas Mann hasta los objetivos de la Entente que luchó contra Alemania en la I Guerra Mundial.

A partir de este momento, el odio del mundo "romano" se convierte en un aspecto esencial del pensamiento de Niekisch, pues las ideas de este artículo de Dowstoyevski vienen a reforzar sus propias concepciones. Niekisch hace remontar la decadencia del germanismo a los tiempos en que Carlomagno realizó la matanza de la nobleza sajona y obligó a los supervivientes a convertirse al cristianismo; éste es un veneno mortal para los germanos cuya función ha sido la de domesticar lo germano-heroico con el fin de hacerlo maduro para la esclavitud romana. Niekisch no duda en proclamar que "todos los pueblos que (debían) defender su libertad contra el imperialismo occidental (estaban) obligados a romper con el cristianismo para sobrevivir". El desprecio del catolicismo se acompaña en Niekisch de una exaltación del "Protestantismo" alemán, no en cuanto confesión religiosa (Niekisch censuraba ásperamente al protestantismo oficial, al que acusaba de reconciliarse con Roma en su común lucha anti-revolucionaria), sino en cuanto "toma de conciencia orgullosa del ser alemán" y "actitud aristocrática opuesta a los estados del alma de las masas católicas"; una posición muy similar a la de Rosenberg, defendiendo ambos la libertad de conciencia contra el oscurantismo dogmático (Niekisch comentó en su revista "El Mito del Siglo XX").

Esta actitud hostil del imperialismo romano contra Alemania ha continuado a lo largo de los siglos, pues "judíos, jesuítas y francmasones han sido quienes desde siglos han querido esclavizar y domesticar a los Bárbaros germánicos". La unanimidad del mundo contra Alemania, que se manifiesta sobre todo cuando ésta se ha dotado de un estado fuerte, se reveló con especial claridad durante la I Guerra Mundial, después de la cual, las potencias vencedoras impusieron a Alemania la democracia (vista por Niekisch como un fenómeno de infiltración extranjera) para destruirla definitivamente. 

La primacía de lo político sobre lo económico siempre fue un principio fundamental del pensamiento de Niekisch. Fuertemente influido por Carl Schmitt, y partiendo de esta base. Niekisch tenía que ver como enemigo irreductible al liberalismo burgués que valora sobre todo los principios económicos y no ve al hombre más que considerado aisladamente, como una unidad en busca de su exclusivo provecho. Individualismo burgués (con sus correlativos de estado liberal de derecho, libertades individuales, consideración de estado como un mal) y materialismo aparecen individuados en el pensamiento de Niekisch como características esenciales de la democracia burguesa. Al mismo tiempo desarrolla una crítica no original, pero si efectiva y sincera del sistema capitalista como sistema cuyo motor es el beneficio privado y no la satisfacción de las necesidades individuales y colectivas y que, además, genera continuamente paro. De esta forma queda designada la burguesía como enemigo interior que colabora con los estados occidentales burgueses que oprimen a Alemania. El sistema de Weimar (encarnado en demócratas, socialistas y clericales) representaba lo opuesto al espíritu y voluntad estatal de los alemanes y era el enemigo contra el que había que organizar la "Resistencia". El de "Resistencia" es otro concepto fundamental en la obra de Niekisch. La revista del mismo nombre lleva bajo el subtítulo (primero: Blátter fur sozialistische und nationalrevolutionäre politik, luego: Zeitschrift für nationalrevolutionäre politik) una reveladora frase de Clausewitz:"La resistencia es una actividad mediante la cual deben ser destruídas tantas fuerzas del enemigo que éste tenga que renunciar a sus propósitos". Si Niekisch consideraba posible esta actitud de resistencia es porque creía que la situación de decadencia de Alemania era pasajera, no irreversible y aunque a veces señalara que su pesimismo era "ilimitado" hay que considerar sus declaraciones en este sentido como meros efectos retóricos, pues su contínua actividad revolucionaria es la mejor prueba de que nunca cedió al pesimismo y al desánimo.

Hemos visto quien era el enemigo contra el que había que organizar la resistencia: "la democracia parlamentaria y el liberalismo, la forma francesa de vida y el americanismo". Con la misma exactitud designa Niekisch los objetivos de la actitud de resistencia: la independencia y libertad de Alemania, la alta valoración del estado, la recuperación de todos los alemanes que se hallan bajo dominio extranjero. Consecuente con su rechazo de los valores económicos, Niekisch no contrapone a este enemigo una mejor forma de distribución de los bienes materiales y el logro de una sociedad de bienestar. Más adelante veremos como jamás le interesaron los aspectos meramente socio-económicos de la Revolución Rusa ni de la actitud del K.P.D.; lo que Niekisch buscaba era la superación del mundo burgués, cuyos bienes hay que "desterrar ascéticamente". El programa de "Resistencia" de 1930 no deja dudas a este respecto: en él se pide "el rechazo decidido de todos los bienes que Europa acaricia (punto 7a), la retirada de la economía internacional(7b), la reducción de la población urbana y la reconstrucción de las posibilidades de vida campesina (7c-d), la voluntad de pobreza y un modo de vida simple que debe oponerse orgullosamente a la vida refinada de las potencias imperialistas occidentales (7f) y, finalmente, la renuncia al principio de la propiedad privada en el sentido del derecho romano, pues 'a los ojos de la oposición nacional, la propiedad no tiene sentido ni derecho más que si implica el servicio del Pueblo y del Estado'".

Para realizar sus objetivos, que Uwe Sauermann define con acierto como idénticos a los de los nacionalistas, aunque los caminos y medios para conseguirlos sean nuevos, Niekisch busca las fuerzas revolucionarias adecuadas, no puede sorprender que un hombre procedente de la izquierda como él se vuelva en primer lugar al movimiento obrero. Constata Niekisch que el abuso que la burguesía ha realizado del concepto "nacional" empleado como cobertura de sus intereses económicos y de clase, ha provocado en el trabajador la identificación entre los términos "nacional" y "socialreaccionario", lo cual ha llevado al proletariado a separarse demasiado de los lazos nacionales para crear por sí solo un estado y aunque esta actitud del conjunto del movimiento obrero está parcialmente justificada no pasa desapercibido para Niekisch el hecho de que un trabajador en cuanto tal apenas es otra cosa que un "burgués frustrado sin más aspiraciones que la de lograr un bienestar económico y un modo de vida idéntico al de la burguesía". Esto era una consecuencia necesaria del hecho de que el marxismo es una ideología burguesa, nacida en el mismo terreno que el liberalismo y compartiendo con éste una valoración de la vida en términos exclusivamente económicos. 

La responsabilidad de esta situación recae en gran parte sobre la socialdemocracia que "no es otra cosa que liberalismo popularizado" que ha obstinado al trabajador en su egoísmo de clase buscando convertirlo en burgués. Esta actitud del S.P.D. es la que le ha llevado después de 1918 no a la realización de la indispensable revolución nacional y social sino "a la búsqueda de cargos para sus dirigentes" y a convertirse en una "oposición" dentro del sistema capitalista, pero no en un partido revolucionario: "el S.P.D. es un partido liberal y capitalista que emplea una terminología socialrevolucionaria para engañar a los trabajadores". Este análisis es el que lleva a Niekisch a decir que todas las formas de socialismo basadas en consideraciones humanitarias son "tendencias corruptoras que disuelven la sustancia de la voluntad guerrera del pueblo alemán". 

Muy influido por el "decisionismo" de Carl Schmitt, la actitud de Niekisch hacia el K.P.D. es mucho más matizada. En primer lugar, y en oposición al S.P.D., firmemente asentado en las concepciones burguesas, el comunismo descansa "sobre instintos elementales". Especialmente aprecia Niekisch en el K.P.D. su "estructura autocrática", su "aprobación en voz alta de la dictadura". Estas características posibilitan que pudiera utilizarse el comunismo como "medio" y que se pudiera recorrer junto con él "una parte del camino". Niekisch acogió con esperanza el "Programa de Liberación Nacional y Social" del K.P.D. (24 de agosto de 1930) en el que se declaraba la lucha total contra las reparaciones y el orden de Versalles, pero cuando este se reveló como mera táctica -orientada a frenar los crecientes éxitos del N.S.D.A.P.-, al igual que lo había sido la "línea Schlageter" en 1923. Niekisch denunció la mala fe de los comunistas en el problema nacional y los calificó de incapaces para realizar la tarea a la que él aspiraba porque eran "sólo socialrevolucionarios" y además "poco revolucionarios".

El papel dirigente en el partido revolucionario debería corresponder, pues, a un "nacionalista" de nuevo cuño, sin conexiones con el viejo nacionalismo (es significativo que Niekisch considerara al partido tradicional de los nacionalistas, el D.N.V.P., como incapaz para llevar a cabo la resurrección alemana porque se orientaba hacia la época guillermina, definitivamente desaparecida). El nuevo nacionalismo debía ser socialrevolucionario, incondicionado, dispuesto a destruir todo lo que obstaculizara la independencia alemana y el nuevo nacionalista, entre cuyas tareas estaba la de utilizar al obrero comunista revolucionario, debería tener la característica fundamental de querer sacrificarse y querer servir. Según una bella imagen de Niekisch, el comunismo no sería otra cosa que "el humo que inevitablemente asciende donde un mundo comienza a arder". 
Se ha visto la imagen ofrecida por Niekisch de la secular decadencia alemana, pero en el pasado alemán no todo es sombrío; hay un modelo hacia el que Niekisch se volverá permanentemente: la vieja Prusia, o, como él dice: "la idea de Postdam", una Prusia que con su mezcla de sangre eslava puede ser el antídoto contra la Alemania romanizada. Es así como exigirá desde los primeros números de "Widerstand" la resurrección de "una Alemania prusiana, disciplinada y bárbara, más preocupada del poder que de las cosas del espíritu". ¿Qué significaba exactamente Prusia para Niekisch? O. E. Schüddekopf lo ha indicado exactamente al decir que en la "idea de Postdam" Niekisch veía todas las premisas de su nacional-bolchevismo: "El Estado Total, la economía planificada, la alianza con Rusia, el estado de espíritu antirromano, la defensa contra el Oeste, contra Occidente, el incondicionado estado guerrero, la pobreza... ". En la idea prusiana de soberanía reconoce Niekisch la idea que necesitan los alemanes: la del "Estado Total", necesaria en cuanto que Alemania, amenazada por un entorno hostil debido a su situación geográfica, necesita convertirse en un estado militar. Este Estado Total debe ser un instrumento de combate al que debe subordinarse todo -economía tanto como cultura y ciencia- para que el pueblo alemán obtenga su libertad. Es evidente para Niekisch -y aquí hay que buscar una de las razones más poderosas de su nacionalbolcvhevismo- que el estado no puede depender de una economía capitalista en la que oferta y demanda determinan el mercado; al contrario, la economía debe estar subordinada al estado y sus necesidades.
Durante cierto tiempo Niekisch confió en determinados sectores de la Reichswehr (pronunció muchas de sus conferencias en este ambiente militar) para realizar "la idea de Postdam", pero a comienzos de 1933 se distanció de la concepción de una "dictadura de la Reichswehr" pues no le parecía lo suficientemente "pura" y "prusiana" para ser la portadora de la "dictadura nacional", y esto se debía, por cierto, a sus conexiones con las fuerzas del dinero.

Otro de los aspectos clave del pensamiento de Niekisch es la primacía concedida a la política exterior (la única política verdadera para Spengler) sobre la interior. Sus concepciones al respecto están fuertemente marcadas por Maquiavelo (de quien Niekisch era un gran admirador, llegando a firmar varios de sus artículos con el seudónimo de Niccolo), y por su amigo Karl Hausofer. Del primero se conservará siempre su Realpolitik, su convicción de que la verdadera esencia de la política es siempre la lucha entre estados por el poder y la supremacía, del segundo aprenderá a pensar según dimensiones geopolíticas, considerando que en la situación de entonces y con mayor motivo en la actual -sólo tienen peso en la política mundial los estados construidos sobre grandes espacios- y como en 1930 la Europa Central no sería por sí sola más que una colonia americana, sometida no sólo a la explotación económica, sino a la "banalidad, a la nulidad, al desierto y a la vacuidad de la espiritualidad americana", Niekisch propone un gran Estado "desde Vladivostok hasta Vlessingen", es decir, un bloque germano-eslavo dominado por el espíritu prusiano en el que imperaría el único colectivismo que puede soportar el orgullo humano: el militar.

Aceptando decididamente el concepto de "pueblos proletarios" (como lo harían los fascistas de izquierda), el nacionalismo de Niekisch era un nacionalismo de liberación, desprovisto de chauvinismo, cuyos objetivos debían ser la destrucción del orden europeo surgido de Versalles y la liquidación de la Sociedad de Naciones, instrumento de las potencias vencedoras.

En un primer momento de su pensamiento, Niekisch soñaba con un "juego en común" de Alemania con los dos países que habían sabido rechazar la "estructura intelectual" occidental: la Rusia bolchevique y la Italia fascista (es una coincidencia más de las muchas que hay entre Niekisch y Ramiro Ledesma). En su programa de abril de 1930 pedía "relaciones públicas o secretas con todos los pueblos que sufren como el pueblo alemán de la opresión por las potencias imperialistas occidentales" (7-1). Entre estos pueblos contaba a la U.R.S.S. y a los pueblos coloniales de Asia y África. Más adelante veremos su evolución respecto al fascismo, ahora nos ocuparemos de la imagen que Niekisch tenía de la Rusia soviética. Ante todo, hemos de decir que esta imágen no era privativa de Niekisch, sino que era patrimonio común de casi todos los exponentes de la Revolución 
Conservadora y del nacional-bolchevismo desde Moeller van den Bruck, y lo sería también de los más lúcidos fascistas de izquierda: Ledesma Ramos y Drieu la Rochelle. Porque, en efecto, Niekisch consideraba a la revolución rusa de 1917 ante todo como una revolución nacional. Mucho más que como una revolución social. Rusia, que se encontraba en peligro de muerte por la infiltración de los valores occidentales ajenos a su esencia, "incendió de nuevo Moscú" para acabar con sus invasores, empleando como combustible el marxismo. En palabras del mismo Niekisch: "Tal fue el sentido de la Revolución Bolchevique: Rusia, en peligro de muerte, recurrió a la idea de Postdam, la llevó hasta el extremo, casi hasta la desmesura, y creó este estado absoluto de guerreros que somete la misma vida cotidiana a la disciplina militar, cuyos ciudadanos saben soportar el hambre cuando hay que batirse, toda cuya vida está cargada hasta la explosión de una voluntad de resistencia". Kerenski había sido solamente un testaferro de occidente que quería introducir la democracia burguesa en Rusia (Kerenski era, desde luego, el hombre en quien confiaban las potencias de la Entente para que Rusia continuara a su lado la guerra contra Alemania); la Revolución Bolchevique había sido dirigida contra los estados imperialistas de occidente y contra la propia burguesía extranjerizante y antinacional.

Consecuente con esta interpretación, Niekisch definirá el leninismo como "lo que queda del marxismo cuando un hombre de Estado genial lo utiliza para fines de política nacional" y citará con frecuencia la célebre frase de Lenin que se convertirá en un leit-motiv de todos los nacional-bolcheviques "Haced de la causa del pueblo la causa de la nación y la causa de la nación se convertirá en la causa del pueblo". En las luchas por el poder que tuvieron lugar en la jefatura soviética tras la muerte de Lenin, las simpatías de Niekisch iban dirigidas a Stalin, su hostilidad hacia Trotski (actitud compartida entre otros muchos por Ersnt Jünger y los Strasser). Trotski y sus partidarios encarnaban a los ojos de Niekisch a las fuerzas occidentales, el veneno del oeste, las fuerzas de descomposición hostiles a un orden nacional en Rusia. Por esto acogió con satisfacción la victoria de Stalin y dio a su régimen el calificativo de "organización de la defensa nacional que libera los instintos viriles y combatientes". El Primer Plan Quinquenal en el curso de la época en que Niekisch escribía era "un prodigioso esfuerzo moral y nacional destinado a lograr la autarquía". Era pues el aspecto político-militar de la planificación el que fascinaba a Niekisch, los aspectos socio-económicos (como en el caso de su valoración del K.P.D.) apenas le interesaban. Es así como pudo acuñar la fórmula: Colectivismo más planificación igual a militarización del pueblo. Lo que Niekisch apreciaba en Rusia es exactamente lo contrario de lo que pudo atraer a los actuales intelectuales marxistas degenerados: "la violenta voluntad de producción para fortalecer y defender el Estado, la barbarización consciente de la existencia... la actitud guerrera, autocrática, de la élite dirigente, que gobierna dictatorialmente, el ejercicio como forma de practicar la áscesis por un pueblo...". Era lógico que Niekisch viera en la Unión Soviética el compañero ideal de alianza para Alemania, ya que encarnaba los valores antioccidentales por los que abogaba Niekisch. Además, hay que tener en cuenta que en aquella época la U.R.S.S. era un Estado aislado visto con recelo por los países occidentales y excluído de todo sistema de alianzas, por no decir rodeado de Estados hostiles que eran prácticamente satélites de Francia e Inglaterra (Estados Bálticos, Polonia, Rumania), a lo que hay que añadir que hasta bien entrada la década de los treinta, la U.R.S.S. no formó parte de la Sociedad de Naciones ni tuvo relaciones diplomáticas con los E.E.U.U.

Niekisch consideraba que una alianza Rusia-Alemania era necesaria también para la 
primera, pues "Rusia tiene que temer a Asia" y sólo un bloque desde el Atlántico al Pacífico podría contener "la marea amarilla" de la misma forma que sólo con la colaboración alemana podría Rusia explorar los inmensos recursos de Siberia. Hemos visto porque razones Rusia se le aparecía a Niekisch como un modelo. Pero no se trataba para Alemania de copiar la idea bolchevique, de aceptarla sin más. Alemania -y aquí Niekisch comparte la opinión de todos los nacionalistas- debe buscar sus propias ideas y formas y si Rusia era ejemplar, la razón era que había organizado su Estado siguiendo la "ley de Postdam" y ésta debía volver a inspirar a Alemania organizando un Estado total antioccidental, Alemania no imitaba a Rusia, sino que recuperaba su especificidad, enajenada durante todos aquellos años de sometimiento al extranjero y que se había encarnado en el Estado ruso.

Aunque los acuerdos con Polonia y Francia tanteados por Rusia serán observados con inquietud por Niekisch, éste defenderá apasionadamente a la Unión Soviética contra las amenazas de intervención y contra las campañas llevadas a cabo contra ella por las confesiones religiosas: "el imperialismo católico 'romano' y sus lastimosos aliados protestantes", fue para Niekisch "una participación de Alemania en la cruzada contra Rusia que significaría... un suicidio. Este sería el reproche más esencial y convincente de Niekisch contra el nacionalsocialismo, con lo cual llegamos a un punto que no deja de provocar cierta perplejidad: la actitud de Niekisch frente al nacionalsocialismo.
Y esta perplejidad no es sólo nuestra; durante la época que estudiamos, Niekisch era visto por sus contemporáneos más o menos como un "nazi". Desde luego, la revista paracomunista "Aufbruch" le metía en el mismo saco que a Hitler en 1932; más matizada, la revista soviética "Moskauer Rundschau" (30 de noviembre de 1930) calificaba su libro "Entscheidung" de "obra de un romántico que ha sacado de Nietzsche su tabla de valores". Para críticos modernos como Armin Mohler "mucho de lo que Niekisch había exigido durante años será realizado por Hitler" y Fayé señala que la polémica contra los nacionalsocialistas, por el lenguaje que emplea "le coloca en el terreno de éstos". ¿Qué es por tanto, lo que llevó a Niekisch a oponerse al nacionalsocialismo?

Desde una óptica retrospectiva, Niekisch considera al N.S.D.A.P. hasta 1923 como un "movimiento nacionalrevolucionario genuinamente alemán", pero desde la nueva fundación del partido en 1925, éste le merece otro juicio al igual que se modificará su valoración del fascismo italiano. Lo esencial de las críticas de Niekisch hacia el nacionalsocialismo se encuentra en un folleto de 1932 "Hitler, ein deutsches Verhägnis" ("Hitler, una fatalidad alemana") que apareció ilustrado con impresionantes dibujos de un artista de valor: A. Paul Weber. Dupeux señala acertadamente que estas críticas no se efectúan desde el punto de vista del humanitarismo y la democracia como es habitual en nuestros días y Sauermann le califica de "adversario en el fondo esencialmente semejante".
Niekisch consideraba como "católico", "romano" y "fascista" el hecho de dirigirse a las masas, llegó a expresar el "absurdo" (Dupeux), de: "quien es nazi será pronto católico". En esta crítica hay que ver para intentar comprenderla, la manifestación de una actitud muy común en todos los autores de la revolución conservadora que despreciaban como "demagogia" todo trabajo entre las masas y hay que recordar también que Niekisch no fue jamás un táctico ni un "político práctico".

Hay que relacionar asimismo su desconfianza hacia el nacionalsocialismo con los orígenes austríacos y bávaros de éste pues ya vimos que Niekisch consideraba con recelo a los alemanes del sur y del oeste como influidos por la romanización. Por otra parte, Niekisch reprocha al nacionalsocialismo su "democratismo" rousseauniano que cree en el pueblo. Para Niekisch, lo esencial es el Estado, siempre desarrolló un verdadero "culto del Estado", incluso desde su época socialdemócrata por lo que resulta por lo menos grotesco calificarlo de "sindicalista ácrata" (sic). Niekisch cometió errores graves en su estimación del nacionalsocialismo, como tomar en serio el "juramento de legalidad" pronunciado por Hitler en el curso del proceso al teniente Scheringer, sin sospechar que se trataba de mera táctica (en palabras de Lenin, un revolucionario debe saber utilizar todos los recursos legales e ilegales, servirse de todos los medios según la situación y esto Hitler lo realizó a la perfección), y considerar que Hitler se hallaba muy lejos del poder... en enero de 1933. Estos errores pueden muy bien explicarse, como ha hecho Sauermann, por el hecho de que Niekisch juzgaba al N.S.D.A.P. más basándose en su propaganda electoral que en el estudio de la verdadera esencia de este movimiento.

Sin embargo, el reproche fundamental concierne a la política exterior. Para Niekisch, repetidamente su admiración hacia Stalin en contraste por el absoluto desprecio que sentía hacia Roosevelt y Churchill. En marzo de 1937 Niekisch es detenido junto con setenta de sus partidarios (gran número de miembros de los círculos Resistencia habían cesado en su actividad, significativamente, al constatar que Hitler estaba llevando a cabo realmente la demolición del Diktat de Versalles que ellos habían combatido tanto). En enero de 1939 es juzgado ante el Tribunal Popular acusado de alta traición e infracción de la ley de fundación de nuevos partidos, y condenado a cadena perpetua. Parece que los cargos que más pesaron contra él fueron los manuscritos encontrados en su casa en los que criticaba a Hitler y otros dirigentes del III Reich. Fue encarcelado en la prisión de Brandenburgo hasta el 27 de abril de 1945 en que es liberado por tropas soviéticas, casi completamente ciego y semiparalítico.

En el verano de 1945 entra en el K.P.D., que, después de su fusión en zona soviética con el S.P.D. en 1946 se denominará Partido Socialista Unificado de Alemania (S.E.D.) y es elegido al Congreso Popular como delegado de la Liga Cultural. Desde este puesto aboga por una vía alemana al socialismo y se opone desde 1948 a las tendencias a la división permanente de Alemania. En 1947 es nombrado profesor en la Universidad Humboldt de Berlín y en 1949 director del "Instituto de Investigación del Imperialismo"; en este año publica un estudio sobre el problema de la élite en Ortega y Gasset. Niekisch no era desde luego, un "colaboracionista" servil: desde 1950 se hace claro que los rusos no quieren una "vía alemana" al socialismo, sino solamente tener un satélite dócil (igual que los americanos en la República Federal Alemana). De acuerdo con su costumbre, hace sus críticas abiertamente y va cayendo poco a poco en desgracia; en 1951 su clase es suspendida y el Instituto cerrado. En 1952 tiene lugar su excomunión definitiva en el órgano oficial del Comité Central del S.E.D. a propósito de su libro de 1952 "Europäische Bilanz". Niekisch es acusado de "...llegar a erróneas conclusiones pesimistas porque, a pesar del ocasional empleo de terminología marxista, no emplea el método marxista... su concepción de la historia es esencialmente idealista...". El golpe final lo constituyen los acontecimientos del 17 de junio de 1953 en Berlín, que Niekisch considera como una legítima sublevación popular. La subsiguiente represión destruye sus últimas esperanzas en la R.D.A. y se retira de la política.

A partir de ahora, Niekisch, viejo y enfermo se dedica con sus memorias a intentar dar a su antigua actitud de resistencia el sentido de oposición a Hitler, intentando borrar las huellas de su oposición al liberalismo. En esto fue ayudado por el círculo de sus pocos partidarios de antaño que habían sobrevivido. El más influyente de ellos fue su antiguo lugarteniente Josef Drexel, antiguo miembro del Bund Oberland y convertido en la segunda postguerra en el magnate de la prensa de Franconia. Esta tentativa puede explicarse, además por el mencionado estado de Niekisch, por sus pretensiones de lograr de la R.F.A. (vivía en Berlín oeste) una pensión por sus años de cárcel. Esta pensión le será siempre negada, a través de una interminable cadena de procesos. Los tribunales basaron su negativa en dos puntos: Niekisch había formado parte de una secta nacionalsocialista (sic) y había colaborado posteriormente en la consolidación de otro totalitarismo: el de la R.D.A. 
Lo que hay que pensar de estos intentos de hacer inocuo a Niekisch se deduce de lo expuesto hasta aquí. La historiografía más reciente los ha desbaratado por completo.
El 23 de mayo de 1967, prácticamente olvidado, moría Niekisch en Berlín.

A pesar de que sus obras anteriores a 1933 son casi imposibles de encontrar por no haber sido reeditadas y haber desaparecido en gran parte de las bibliotecas A. Mohler señala que Niekisch vuelve a hacerse virulento, y fotocopias de sus escritos circulan de mano en mano entre los jóvenes alemanes desengañados del neomarxismo (Marcuse, Escuela de Frankfurt). La crítica histórica le concede cada vez mayor importancia como muestra la pequeña nota bibliográfica incluida a continuación de este hombre que se opuso a todos los regímenes habidos en la Alemania del siglo XX, hay que decir que jamás obró movido por el oportunismo. Sus cambios de orientación fueron siempre producto de su incesante búsqueda de un Estado que garantizara la liberación de Alemania y del instrumento adecuado para lograr este objetivo. Sus sufrimientos -reales- merecen el respeto debido a quienes mantienen consecuentemente sus ideas. Niekisch podría haber seguido una carrera burocrática en el S.P.D., haber aceptado el espléndido puesto ofrecido por Gregor Strasser, haberse exiliado en 1933, haberse callado en la R.D.A. ...pero siempre fue fiel a su ideal y obró como creía que debía hacerlo sin tener en cuenta la disposición -explicitada en "Mein Kampf"- de Hitler a un entendimiento con Italia e Inglaterra y la hostilidad a Rusia eran los errores esenciales del nacionalsocialismo, pues esa orientación haría de Alemania un "gendarme de occidente". Esta crítica es mucho más coherente que las anteriores. La absurda confianza de Hitler en poder llegar a un acuerdo con Inglaterra, le haría cometer graves errores (Dunkerque por citar uno), sobre su alianza con Italia, determinada por el sentimiento y no por los intereses, lo que es fatal en política, él mismo se explicaría abundante y amargamente. Por lo que respecta a la U.R.S.S. entre los colaboradores de Hitler, Goebbels siempre fue partidario de un entendimiento, incluso de una alianza con ella, y ello no sólo en la época de su colaboración con los Strasser, sino hasta el mismo final del III Reich, como ha demostrado inequívocamente su último jefe de prensa Wilfred von Owen en su Diario ("Finale Furioso. Mit Goebbels bis zum Ende") editado por vez primera -en alemán- en Buenos Aires (1950) prohibido en Alemania hasta 1974, en que apareció en la prestigiosa Grabert-Verlag de Tübingen, y esto mal que les pese a los antisoviéticos y pro-occidentales profesionales. 

La denuncia que Niekisch realizó de toda cruzada contra Rusia adquirió tonos proféticos cuando evocaba en una imagen sobrecogedora "las sombras del momento en que las fuerzas... de Alemania, dirigidas contra el este, despilfarradas, excesivamente tensas, estallen... ".
"Quedará un pueblo agotado, sin esperanza y el orden de Versalles será más fuerte que nunca". No cabe duda que Ernst Niekisch ejerció durante los años 1926-1933 una influencia real en la política alemana a través de la difusión y aceptación de sus escritos en los ambientes nacionalrevolucionarios que lucharon contra el sistema de Weimar. Esta influencia no debe ser medida, ciertamente, en términos cuantitativos: la actividad de Niekisch nunca se orientó a la conquista de las masas ni el carácter de sus ideas era el más adecuado para ello. Para dar algunas cifras, diremos que su revista "Widerstand" tenía una tirada que oscilaba entre los 3.000 y 4.500 ejemplares, lo que está lejos de ser despreciable para la época y más tratándose de una revista bien presentada y de alto nivel intelectual; los círculos Resistencia agrupaban unos 5.000 simpatizantes, de los cuales unos 500 eran políticamente activos. Esto es poca cosa comparado con los grandes partidos de masas, pero la influencia de las ideas de Niekisch debe valorarse teniendo en cuenta sus conferencias, el círculo de sus amistades, al que ya nos hemos referido, sus relaciones en los ambientes militares, su actividad editorial y, sobre todo, la especial atmósfera de la Alemania de aquellos años, en la que las ideas transmitidas por "Widerstand" encontraban un ambiente muy receptivo en las ligas paramilitares, el movimiento juvenil, las innumerables revistas afines y también en las grandes agrupaciones como el N.S.D.A.P. el Stahlhelm y cierto sector de militantes del K.P.D. (como se sabe el paso de militantes del K.P.D. hacia el N.S.D.A.P. y a la inversa, fue un fenómeno muy común en los últimos años de la República de Weimar, aunque los historiadores modernos admiten que hubo una mayor proporción de revolucionarios que recorrieron el trayecto en el primer sentido, aun antes de la llegada de Hitler al poder). Con estas breves observaciones puede tenerse por cierto que la influencia de Niekisch fue mucho mayor de lo que haría pensar la mera consideración del número de sus simpatizantes.

El 9 de marzo de 1933, Niekisch es detenido por un grupo de S.A. y su domicilio registrado. Es puesto en libertad inmediatamente, pero la revista "Entscheidung", fundada en el otoño de 1932 es suspendida, Widerstand, por el contrario continúa apareciendo hasta diciembre de 1934 y la editorial del mismo nombre publica libros hasta bien entrado 1936. A partir de 1934 Niekisch viaja por casi todos los países de Europa, donde parece haber tenido contactos con círculos de la emigración. En 1935, en una visita a Roma, es recibido por Mussolini. No deja de emocionar representarse esta entrevista distendida y cordial entre dos grandes hombres que habían comenzado su carrera política en las filas del socialismo revolucionario. A la pregunta de Mussolini de qué tenía contra Hitler, Niekisch respondió: "Asumo vuestras palabras sobre los pueblos proletarios". Mussolini replicó: "Eso es lo que yo digo siempre a Hitler". (Recuérdese que éste escribió a Mussolini una carta -6 de marzo de 1940- en la que explicaba su acuerdo con Rusia porque "lo que ha llevado al nacionalsocialismo a la hostilidad contra el comunismo es sólo la postura -unilateral- judaico-internacional, y no, en cambio, la ideología del Estado -stalinista- ruso-nacionalista"). Durante la guerra, Hitler expresaría las consecuencias personales que pudieran derivarse. Su colaboración con el S.E.D. puede comprenderse, y más a la vista de como acabó.

Hoy que Europa está sometida a los pseudovalores del "Occidente" americanizado, sus ideas y su lucha continúan teniendo un valor ejemplar. Es lo que comprendieron los nacionalrevolucionarios de "Sache des Volkes" cuando, en 1976, colocaron en la antigua vivienda de Niekisch una placa con su frase: "O somos un pueblo revolucionario o dejamos definitivamente de ser un pueblo libre".

Por José Cuadrado Costa