miércoles, 25 de noviembre de 2015

Yukio Mishima: escritor y samurái


                                           

Se ha escrito mucho sobre España y Japón como dos pueblos unidos en su singularidad: una extravagancia isleña y otra peninsular, conectadas a sus respectivos continentes por una mezcla de influencias y desacuerdos. Quizá esta cercanía nos permita huir de las frecuentes reducciones que se hacen del personaje, y comprender un poco mejor a Yukio Mishima, ya que él mismo hablaba del “espíritu español” del samurai.
Faltan adjetivos para describir su talento. Yasunari Kawabata  –al recibir el premio Nobel en 1968– dice no entender que el galardón recaiga en él y no en su compatriota, porque “la humanidad tarda dos o tres siglos en producir un genio literario como el de Mishima. Tiene un don casi milagroso para las palabras. Es un genio universal”.
Durante los primeros años de su producción literaria, el público contempla y lee a un tranquilo y talentoso partidario del “arte por el arte”. Mishima, mientras, se “limitaba  a sonreír con desprecio”. Luegose cansó de permanecer callado, entendiendo que esas sonrisas eran la expresión facial del cinismo, y se convirtió entonces en látigo político y cultural, atacando sin compasión la decadencia inoculada en la modernidad. No era optimista respecto al futuro del Japón, al que consideraba destinado a desaparecer: “En su lugar quedará, en una punta del Asia extremo-oriental, un gran país productor, inorgánico, vacío, neutral y neutro, próspero y cauto.” Su romanticismo se oponía a ese destino con una mezcla de desesperación y espectáculo; Mishima convirtió su vida en un escenario desde donde agitaba el espíritu dormido del pueblo japonés.
Pretende fusionar el arte con su propio cuerpo, elige para ello “la vía de la espada” (kendo), y se transforma en un samurai incomodísimo para sus contemporáneos, un tipo que hubiera resultado cómico de no estar acompañado de un genio avasallador. Además de sus novelas y de sus obras de teatro, compuso una ópera en dos días, dirigió una orquesta sinfónica, se convirtió en un experto en artes marciales y hasta creó un ejército privado, la Sociedad del Escudo, muy cercano espiritualmente a los samurais del siglo XIX, los que se rebelaron contra la industrialización impuesta por el occidente moderno.
A pesar de tanta actividad política y cultural, Yukio Mishima no está contento. “Cuando pienso en los últimos veinticinco años me maravillo de cuan vacíos han sido. No puedo decir que realmente he vivido. Sólo los atravesé tapándome la nariz.” Escribe esto tres meses antes de morir. “...para un autor, acumular escritos equivale a acumular excrementos”. Vivir en el mundo que desprecia, e incluso obtener ventajas de él, le hiere profundamente el espíritu. “No amo mucho la vida. A no ser que luchar continuamente contra los molinos de viento signifique amar la vida.”
El 25 de noviembre de 1970, en compañía de otros miembros de la Sociedad del Escudo, visita un cuartel y asalta el despacho del general, al que maniata. Después se asoma al balcón y trata de dirigir un discurso a los soldados, que se niegan a escucharle. Por último, se entrega a la liturgia del seppuku, el suicidio ritual del samurai, que culmina con la decapitación. Este es su poema de despedida: Las hojas de las espadas se escuchan/ después de años de prueba/ los valientes cabalgan sobre la primera helada del año.
Nació en Tokio en 1925, en una familia de tradición samurai. Su verdadero nombre es Kimitake Hiraoka, que significa “príncipe guerrero”. Probablemente es el escritor japonés de mayor influencia universal, y sus aportes al teatro y la novela incluso sobreviven a una actitud vital absolutamente enfrentada con el espíritu de nuestro tiempo.
Por Kiko Méndez-Monasterio
Fuente: La Gaceta

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